
Últimamente miro a mi alrededor y veo que todo el mundo está enfangado por los problemas, por las dificultades que les trae el día a día: enfermedades, rollos en el trabajo, angustia vital por el constante deseo de aprobación de los sujetos que componen nuestro círculo más íntimo, anhelo de una fama que creemos que será la panacea de la felicidad, miedo a romper el rol de pareja que nos han enseñado que debemos seguir, pavor a no encontrar a esa “media naranja” que la sociedad impone que toda persona soltera debe tener…
Veo mucha infelicidad en esta “modernidad líquida” (estado fluido y volátil de una sociedad en la que se han debilitado los vínculos humanos, según el sociólogo Zygmunt Bauman) en la que muchos piensan que buena parte de sus problemas se derivan de no tener “más”. Por eso, muchos de estos individuos, empeñan la mejor parte de sus vidas esperando ese «algo» que suponen va a hacerles felices. Por ejemplo:
Sofía, sueña con estar más delgada y tener una talla menos de sujetador.

Patricia, desea tener dos tallas más de sujetador y una nariz más pequeña.

Andrea, está obsesionada con conseguir una pareja antes de los veinte, o de los treinta, o de los cuarenta, o de los cincuenta…

Ignacio, maquina la forma de divorciarse de su mujer, con la que ha compartido media vida y ha tenido dos hijos, porque la convivencia se ha convertido en pura rutina.

Penélope, que era feliz en su matrimonio y que estaba enamorada de sus preciosos hijos, anhela conseguir la fama en su nueva faceta como escritora, aún a riesgo de perder todo lo que hasta este momento le satisfacía.
Javier, que no ha encontrado la fortaleza necesaria para sobrellevar la terrible enfermedad que le ha sobrevenido a su mujer, quiere huir de tanta tristeza para volver a encontrar un nuevo arcoíris en su vida.

María José, odia su trabajo, a sus jefes y a sus compañeros, y quiere cambiar de empresa. El problema es que ya lo ha hecho tres veces y por los mismos motivos.
Y un largo etcétera.
El deseo de tener algo mejor, algo más, es innato al ser humano y por eso nunca se sacia.
Cuando se consigue lo que se quiere, a corto plazo, se vuelve a desear otra cosa.

Carecer de “cosas” da origen a la infelicidad pero, no nos engañemos, poseerlas no es el comienzo de la felicidad.
Las sociedades posmodernas no son frías y pragmáticas como nos intentan hacer ver, sino todo lo contrario: el ir por libre, el mirarnos nuestro propio ombligo, nos hace más desgraciados, más insatisfechos.

Lucía Etxebarría en su último ensayo Más peligroso es no amar, analiza que la sociedad en la que vivimos es: «El mundo de lo light, de lo pasteurizado de lo superficial, de lo banal, de lo rápido, de lo efímero, de lo frenético, de lo instantáneo. De los polvos rápidos y de la música electrónica. De la novedad y el consumo. Del uso y el descarte. Se sustituye el amor por el sexo, la calidad por la cantidad. Las relaciones de pareja se han vuelto tan frágiles que parecen de cristal».

Veamos diferentes sociedades: por un lado, la pobreza condena a las personas a una vida precaria y a la infelicidad, pues esta girará casi exclusivamente alrededor de garantizar la supervivencia; en el otro extremo están los que al tenerlo casi todo, deberían de tener un grado más alto de felicidad en sus vidas y, sin embargo, no es así, pues están sumergidos en la infelicidad constante. De hecho, estos últimos suelen ser problemáticos, exigentes, paranoicos, victimistas, caprichosos, insatisfechos, egoístas, superfluos, indolentes, cínicos e inconformistas.
Cabe preguntarse: ¿Por qué el ser humano no se conforma con tener unas condiciones de vida dignas, que permitan su desarrollo y su crecimiento cultural?
Algunas teorías humanistas recalcan que, los que tienen menos, desarrollan con mayor vigor su capacidad de resiliencia, que aprenden a lidiar con la frustración y así logran valorar lo que obtienen.
Así pues, ¿debemos frenar nuestras ansias de tener más y mas, y debemos pararnos a pesar que la vida está llena de sorpresas, de momentos agradables, de pequeños placeres, de emociones más o menos intensas… que cada día que amanece es un regalo? Creo que sí, que hay que darle una visión positiva a la vida. Pero no nos engañemos, todos vamos a pasar, a lo largo de nuestra existencia, por momentos felices e infelices. Ya que ese sentimiento de felicidad o infelicidad va a depender de nuestro pasado, de nuestros valores, de nuestra formación de nuestro carácter y personalidad… resumiendo, de nuestras circunstancias concretas y de nuestras vivencias. ¡No escaparemos nadie, es ley de vida!

El ansia que tenemos de ser felices, al cien por cien, de vivir una vida de bienestar permanente nos hace débiles e histéricos. Lo queremos todo ya, a corto plazo; queremos disfrutar de la vida intensamente, sin sacrificarnos por nada ni por nadie; y no queremos invertir demasiado para conseguir esos frutos que creemos que nos merecemos. Todo lo que no nos sea placentero nos frustra. No estamos dispuestos a sufrir ni un ápice de dolor físico ni espiritual.
En mi modesta opinión, somos los patéticos personajes de una sociedad estresada, consumista y, cada vez más, exenta de valores humanistas.
Sin embargo, desde el punto de vista médico, la infelicidad es una enfermedad que se manifiesta a través de la depresión. Y nos recomiendan, si adolecemos de este estado anímico, que busquemos apoyo psicológico, ya que, con el tratamiento adecuado, se puede conseguir la mejoría de esta enfermedad (tan en boga en la sociedad actual).
A esta sociedad no le sientan nada bien las frustraciones.

Mi consejo es que seamos sensatos, que disfrutemos de las pequeñas-grandes cosas que nos ofrece la vida, sin más. Que dediquemos tiempo a pensar si vale la pena perder nuestra salud, nuestros familiares y nuestros amigos por ese deseo insano de querer obtener la luna cuando podemos vivir de puta madre en el planeta tierra (perdón por el exabrupto): con más o menos tetas, buscando soluciones a los problemas, cuidando y apoyando a nuestros seres queridos si enferman, disfrutando del trabajo que hemos elegido, o que nos ha tocado, y creando un buen ambiente en el mismo, pensando que mejor vivir solos que mal acompañados, no relegando jamás a los que amamos por una fama efímera…

¡Intentar sed felices y… sensatos!