Me habían comentado que Noruega contaba con los paisajes más bellos del mundo y yo achaqué esas palabras a exageración de viajero entusiasta. Después de haber pasado los veinte días más alucinantes de mi vida en esas hermosas tierras no repetiré esas palabras, pues me quedan muchos países que recorrer y sería pecar de imprudente, pero si que puedo gritar a los cuatro vientos que nunca antes había visto nada igual.
Mi familia y yo hemos estado todo el tiempo con la boca abierta, los ojos desorbitados y el corazón encogido ante la belleza natural, grandiosa y, para nuestro pobre entendimiento, casi irreal que íbamos encontrando.
Guardamos en nuestras retinas y en nuestros recuerdos imágenes tan impresionantes que estás serán difíciles de superar en futuros viajes.
Las vacaciones las planificamos un par de meses antes, pero solo la parte más engorrosa: la de los billetes de avión, el alquiler del coche y el itinerario a seguir (desde Oslo a Cabo Norte). El resto, dónde parar a dormir y demás, decidimos improvisar in situ.
Nos hacía ilusión ir a la aventura, quedarnos a descansar en los lugares más bonitos que fuéramos encontrando y ser libres para decidir si seguir conduciendo unas horas más o no.
Eso sí, Noruega es un país muy caro. El segundo país más caro del mundo después de Japón. Así que decidimos que nos alojaríamos en albergues, en cabañas o cabinas en camping, ya que los hoteles son prohibitivos. Lo otro también es caro para lo que estamos acostumbrados a pagar en España, porque no suelen incluir ni desayuno ni sábanas.
Otra opción barata son las cabañas de pescadores, que están estratégicamente construidas y desperdigadas por las orillas de los innumerables lagos de los fiordos noruegos.
En todos los alojamientos, por modestos que sean, hay wifi gratis e, incluso, en las oficinas de turismo, aeropuertos o barcos.
Una vez en Oslo, cogimos el Toyota Yaris que habíamos alquilado y carretera y manta. Con respecto al alquiler del coche deciros que el sobrecoste por dejar el coche en un lugar diferente a la recogida fue prohibitivo.
Las carreteras noruegas son un atractivo turístico por sí mismas, con vistas panorámicas que hacen que tengas que parar continuamente en las áreas de descanso. Estas aparecen cada pocos kilómetros y son una pasada. ¡Sí hasta tienen váteres aunque estén en medio de la nada!
Tras cada curva que pasábamos aparecía un nuevo paisaje que nos dejaba embobados, y cuando creíamos que nada podría volver a sorprendernos otra vez… ¡Joder! Se nos mostraba en todo su esplendor un nuevo e impactante escenario.
En cuanto al tema de la comida, hemos comprado en los supermercados y hemos preparado bocadillos y ensaladas que nos hemos tomado en el campo. en plan picnic, frente a vistas impresionantes.
Siguiendo el consejo de varios amigos que ya habían estado allí nos llevamos de España embutidos envasados al vacío. ¡Un acierto total! Aunque a la vuelta no queríamos ver un bocadillo de fiambre ni en pintura. Las cenas solían ser calientes pues las preparábamos en las cocinas comunales de los albergues o en las pequeñas cocinas de las cabañitas. De vez en cuando nos dábamos algún homenaje en pintorescos restaurantes noruegos.
El rey del mercado del pescado es el salmón, por supuesto, y os aseguro que no sabe igual que el que se puede comprar en España. Allí lo ponen de diferentes formas. El que más nos gustó fue el salmón salvaje.
Todos los días que hemos pasado en Noruega han sido especiales, pero uno de los más maravillosos es cuando subimos a ver un glaciar. Espectacular el color azul tan intenso del mismo y, también, lo grande que era. Y es que si ya nos parecía grande a simple vista… ¡y solo era la lengua! Imaginaos cómo tenía que ser entero.
Eso sí, a lo largo del camino unos carteles explicaban hasta dónde había llegado el glaciar… y en los últimos años ha ido derritiéndose y reduciendo su tamaño de una forma escandalosa. Pufff, debido al calentamiento global y la destructora mano del hombre.
Estos días en Noruega no hemos podido ver que se hiciera realmente de noche pues siempre ha habido cierta claridad.
No podíamos regresar a España sin hacer el safari de avistamiento de ballenas en Andenes. Tras una hora de viaje y súper mareados, yo no paraba de vomitar mientras me agarraba con todas mis fuerzas a la barandilla del barco, llegamos a la zona donde están las ballenas. Vimos a lo lejos el chorro de agua de una ballena y el barco puso rumbo a ella. Sólo le veíamos el lomo pero cuando se fue a sumergir asomó la cola y fue realmente espectacular.
Si queréis saber sí… ¿volvería o volveré a Noruega? Sin duda ¡LO HARÉ!
UN VIAJE PARA RECORDAR, NORUEGA
26 miércoles Ago 2015
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